Bolivia: Un viaje inesperado que lo cambió todo.
- Karla Ortíz
- May 14
- 5 min read
No siempre viajamos a los destinos que tenemos en el bucket list. A veces surgen oportunidades para visitar lugares que jamás imaginamos, y terminan convirtiéndose en uno de los mejores viajes de tu vida. Eso fue lo que me pasó con Bolivia.
Todo comenzó en medio de un jangueo random, cuando me preguntaron: “¿Te apuntas para viajar a Bolivia?” Obviamente, entre música, la gente y unos palitos, uno dice: “¡CLAROOOO QUE SÍ!” sin tener idea de cómo, cuándo ni con qué… jajaja.
Pasó el tiempo, y el viaje seguía en pie, así que decidí dejarme llevar. A diferencia de otros viajes, esta vez no planifiqué nada. No busqué información, ni hice reservas.
Debo mencionar que este era un viaje grupal, y siendo honesta, siempre le he huido a este tipo de dinámicas. Después de mi diagnóstico, con más razón. El solo pensar que mi ritmo (que es diferente) pueda atrasar al grupo, me da la mala. PEROOO, aún así, quería hacerlo.
Total, ¿Cómo voy a saber si algo funciona si no lo intento?

Santa Cruz
Nuestra primera parada fue Santa Cruz, donde nos quedamos un día para explorar la ciudad y aclimatar el cuerpo, ya que seguiríamos subiendo de altura. Hicimos un City Tour donde visitamos zonas importantes y terminamos comiendo y dándonos unos drinks. Desde ese día noté que la accesibilidad para personas en silla de ruedas era bien limitada (por no decir nula).
La Paz

Luego nos movimos en avión para La Paz, y ahí sí que se sintió la altura. Me dio mareo y dolor de cabeza, así que tomé un té de coca y unas pastillas.
Pero ¡qué colorida es esta ciudad!
Del aeropuerto fuimos directo a probar una salteña, una especie de empanada boliviana rellena de carne, pollo u otros ingredientes, cocida al horno y con mucho caldo. Comerla es todo un ritual: primero, pides tres deseos; luego muerdes una esquina, y por último, como si fuera un vaso, te tomas el caldo. Dicen que si logras tomártelo sin derramarlo, significa que sabes besar…
Así que ¡ojo! Puede ser muy revelador.

Después fuimos al famoso teleférico de La Paz, la red de teleféricos urbanos más grande y alta del mundo. Conecta La Paz y El Alto con 10 líneas y 26 estaciones. Es un medio rápido, seguro y ecológico. Desde ahí puedes ver la ciudad desde lo alto… y también su realidad.
Una de las cosas que más me impresionó fue el cementerio. Es enorme y está organizado de manera muy distinta a los de Puerto Rico.
Sobre accesibilidad: La Paz, como Santa Cruz, tiene muchas limitaciones. Las calles son súper empinadas, hay pocas aceras, no vi rampas ni baños adaptados. Eso sí, el teleférico es muy accesible. Hay ascensores, espacio para sillas de ruedas y un protocolo de entrada especial.

Después visitamos el Mercado de las Brujas para comprar souvenirs y el outfit para las fotos en el Salar.
Aquí sí fue todo un reto moverme en la silla de ruedas. La accesibilidad fue casi inexistente: no hay aceras (y si las hay, estan obstruidas), básicamente caminas por la calle; hay muchas cuestas que requieren un gran esfuerzo físico para empujar una silla, y habían escalones para entrar a las tienditas. Para terminar el recorrido, tuvimos que pasar por unas calles adoquinadas. Ya se pueden imaginar la misión…
Al día siguiente, el grupo hizo el famoso Camino de la Muerte en bicicleta. Por razones obvias, no lo pude hacer, así que pasé un día relax en el hotel y a descansar.
Algo que siempre me gusta dejar claro es que cuando viajo, lo hago con la mente abierta. Sé que en cualquier destino habrá retos, pero también sé que puedo resolverlos y disfrutar.
Uyuni
Llegar a Uyuni significaba estar más cerca de lo más esperado, EL SALAR. La altura seguía subiendo, y aunque el cuerpo ya estaba aclimatado, uno se sigue sintiendo raro.
Desde que llegué a Bolivia, tuve varios choques culturales. Me hizo repensar muchas cosas y darme cuenta de lo afortunados que somos y no lo sabemos. Las comunidades están desprotegidas, se vive con lo esencial, sin lujos. Las calles son de tierra, las puertas de las casas son pequeñas, y hay polvo por todas partes. No vi muchas escuelas, hospitales ni transporte accesible.
Mientras veía todo eso, solo podía preguntarme ¿Cómo vive una persona con discapacidad aquí? ¿Cómo se mueven ante una emergencia? La infraestructura simplemente no está pensada para nosotros, y aunque existan leyes, casi nunca llegan a la acción.
Para recorrer Uyuni, tiene que ser a través de un tour operador, porque de lo contrario te pierdes. No hay rótulos, ni semáforos, ni GPS que valgan. Son caminos misteriosos que solo los locales saben de memoria. Este viaje lo hice con Arnaldo, de Diary of Trips, y la gente hermosa de Hola Bolivia Travel. ¡Fueron espectaculares!

Primero visitamos el Cementerio de Trenes. Este lugar es ideal para fotos, pero hacía mucho sol, estaba lleno de gente y no era nada accesible, así que lo vi desde el carro.
Después, comenzó un recorrido largo por el desierto. Hicimos varias paradas en paisajes que parecían irreales. Una de ellas fue el Valle de las Rocas, simplemente impresionante. También visitamos la Laguna Cañapa, donde hicimos una dinámica muy significativa y especial (no puedo dar detalles, pero si quieres vivirla, ¡contacta a Hola Bolivia Travel!).
Al día siguiente, visitamos la Laguna Colorada, con sus colores únicos, y terminamos en los Termales de Polques.
Y aquí hago una pausa… ¡Wow! Qué experiencia tan brutal la de los termales.

Imagina estar en pozas naturales de agua caliente, en medio del desierto, rodeada de montañas con nieve. Afuera hacía frío, pero el agua estaba caliente. Era surreal.
En ese lugar me tomé un momento para observar y agradecer el simple hecho de estar ahí. Aún lo tengo muy claro en mi mente.
Me preguntaron mucho si el agua caliente me afectó por la esclerosis múltiple. La respuesta es sí. No es que no puedas disfrutarlo, pero la temperatura tiene un efecto importante en nuestro cuerpo. Lo recomendable es estar de 10 a 15 minutos… y yo estuve 40. Me excedí (lo sé), y el cuerpo me pasó factura. Empecé a sentirme débil e incluso tuve un episodio de vaso vagal.
Mi recomendación: entra poco a poco, moja solo los pies si prefieres, y si decides sumergirte, que no sea por más de 15 minutos. La idea es disfrutar, sin comprometer tu salud.
El Salar
¡Llegó el día más esperado! Desde que empecé a ver el Salar a lo lejos, me sentí como una niña emocionada. Y ni siquiera imaginaba lo hermoso que sería en persona.

Fuimos entre finales de abril y principios de mayo. Fue una buena época: había partes secas y otras con agua, lo que ayudó a que mi silla de ruedas se pudiera mover bastante bien (aunque se necesitó mucha fuerza física). Por suerte, como era un viaje grupal, tenía a diez personas dispuestas a ayudar y hacer que todo fuera posible.
Dentro del Salar hicimos varias paradas para fotos. Almorzamos en medio del desierto, brindamos, escuchamos música y tomamos fotos brutales.
Después fuimos a la parte con agua para las famosas fotos de reflejo. Me sentía literalmente en el cielo… todo blanco, infinito, surreal.
Ahí vimos el atardecer con un vinito en mano y esperamos la noche para ver las estrellas.

El Salar es, sin duda, uno de los lugares más hermosos que mis ojos han visto. Y aunque enfrenté muchos retos relacionados con la accesibilidad, cada esfuerzo valió la pena. Bolivia me recibió con paisajes que parecen de otro planeta y con personas hermosas que me apoyaron en cada paso del camino.
Este viaje me recordó que, aunque haya obstáculos, cuando el corazón quiere, el cuerpo busca la forma. Que sí, los retos existen… pero también existe la voluntad, la solidaridad y las ganas de vivirlo todo.
Para mí, Bolivia fue más que un destino, fue una prueba de que querer es poder.
¡Un abrazo!

(Este escrito es totalmente basado en mi experiencia personal y mis limitaciones físicas)
Este blog me hizo anotar Bolivia en mi bucket list 🌷 Que experiencia tan llena de bendiciones de Dios para ti mi Karla! 🌷 Recuerda que donde estemos, El está. ♥️