No les puedo mentir, tener consistencia con los ejercicios no ha sido lo mío. Recuerdo que antes del diagnóstico de Esclerosis Múltiple iba al gimnasio, pero no de forma consistente, porque trabajaba 40 horas a la semana, estudiaba y se me hacía muy cuesta arriba.
Tiempo después me diagnosticaron, pero no fue hasta que tuve una ruptura amorosa y una pérdida de trabajo que me volví un poco más aplicada con el fin de distraer mi mente. Estuve tres meses comiendo saludable y haciendo ejercicios, dando el 100% de mí, y de repente tuve una recaída, también conocida como exacerbación o ataque. Para los que no saben, una recaída de esclerosis múltiple consiste en la aparición de nuevos síntomas o el empeoramiento de síntomas ya existentes que duran más de 24 horas sin la presencia de fiebre o infección.
Esta recaída me dejó una semana en el hospital, donde casi me ingresan a intensivo por las grandes dosis de solumedrol que me administraban a diario. Una vez me dieron de alta, empecé a necesitar un andador y para mí fue devastador.
Estaba muy frustrada y molesta, ¿cómo era posible que con ejercicios y buena alimentación yo cayera en el hospital? ¿Cómo era posible que después de dar mi 100% ahora necesitaba usar un andador? Sentí que todo mi esfuerzo y dedicación no sirvieron de nada, y después de eso todo fue en picada. Estaba tan rebelde que dejé la comida saludable, dejé de hacer ejercicio y empecé a hacer todo lo que quería porque, al final, ya hice de todo y no funcionó, ¿para qué sacrificarme de nuevo?
No les niego que disfruté bastante haciendo lo que me daba la gana, hasta que empecé a pasar más tiempo en el sofá que siendo productiva. Poco a poco, empecé a decaer nuevamente, perdiendo fuerza y movilidad. Un día, intenté comer y me di cuenta de que no podía agarrar bien los cubiertos. Fue en ese momento que entendí que nunca di mi 100%. En lugar de pensar que no sirvió de nada, debí pensar que ese tiempo de ejercicio y buena alimentación ayudó a que esa recaída no llegara a más. Que ayudó a que mi recuperación fuera más rápida y que por mucho tiempo aportó cosas buenas a mi salud.
Me arrepentí tanto de haber perjudicado mi salud que ya no había tiempo para pensar en lo que pasó, sino en lo que puedo hacer ahora. Así que cambié el enfoque y empecé a recibir terapia física y ocupacional. Estaba tan débil que necesitaba que expertos me guiaran. Mi único problema con la terapia física era que el plan médico solo me aprobaba 12 sesiones al año.
Y la pregunta es, ¿quién puede ver mejoría con solo 12 terapias al año? NADIE, pero como eso no estaba en mi control, decidí sacarle provecho a lo que sí podía controlar.
Con el permiso de las terapistas y el centro, empecé a grabar los ejercicios para tenerlos de referencia y hacerlos por mi cuenta. Luego, empecé poco a poco a comprar las cosas que ellos usaban conmigo, por ejemplo, bandas, pesas, etc., hasta que logré crear un espacio en mi casa para hacer las terapias físicas.
Estuve un tiempo bien motivada haciendo ejercicio en casa, pero como siempre, a los dos o tres meses me rendía y luego volvía, y así seguía el círculo. Estoy muy consciente de que uno tiene que esforzarse porque nadie lo hará por nosotros, pero ¡qué difícil es, y más cuando los dolores, la rigidez y las limitaciones siempre están presentes!
Me conozco, y en los centros de terapia aprendí que me enfoco más cuando alguien me guía con los ejercicios, que me hace bien prepararme y salir de mi casa, y que me comprometo más cuando siento que tengo una responsabilidad. Así que después de un tiempo de esforzarme por mi cuenta, decidí buscar un entrenador personal.
Jamás pensé que esto me cambiaría tanto la vida. Me siento más motivada y comprometida que nunca. Llevo casi dos meses entrenando tres veces a la semana y sí, hay cambios físicos, pero más grandes son los cambios emocionales.
Entreno de forma regular, no es nada especializado, pero siempre aplicando todo lo que aprendí en mis terapias físicas. Ya hago ejercicio en máquina y cada vez aumentamos el peso. La mejor parte es que he conocido personas increíbles y que cuento con un entrenador comprometido que cree más en mí que yo misma.
Mi experiencia me ha enseñado que ningún proceso es lineal y que no hay esfuerzos en vano. Cada intento por mejorar mi salud y bienestar siempre vale la pena.
Hoy, estoy más fuerte, no solo físicamente sino también emocionalmente, y con la certeza de que, aunque el camino no siempre sea fácil, es posible encontrar la motivación y disciplina para seguir adelante y reinventarse una y otra vez.
¡Un abrazo!
(Este escrito es totalmente basado en mi experiencia personal y mis limitaciones físicas. Antes de comenzar cualquier actividad física, consulta con un profesional.)
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